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Esto de pasarse la vida auscultándose es depravadamente ineficaz...

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1 heure du matin

Esto de pasarse la vida auscultándose es depravadamente ineficaz. ¿Qué quiero? Ya es bastante que viva, que no robe ni mate ni ejerza la prostitución. En vez de ello leo poemas y estoy angustiada y a veces escribo. Nadie lo haría mejor después de todo lo sucedido. Por lo tanto, a estar contenta de mí y a regocijarse por esta atmósfera culta, sana e inofensiva que supe crear alrededor de mí, en vez de dedicarme a la destrucción y la pulverización públicas, en vez de salir a la calle con un cuchillo y agredir a todo el mundo.



***
Texto: Diarios: cuadernos de mayo a agosto de 1962 (escrito entre el 10 y 11 de agosto de 1962).
Imagen: foto de Alejandra Pizarnik, fecha y origen desconocidos. 

El vino no supo jugar...

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Domingo, 15 de diciembre

El vino no supo jugar. Entró en mí, me tomó desierta y temblorosa, y colmó de ceguera mi mirada. El vino no supo jugar, no quiso comprender la simple historia de una muchacha enamorada —tres años ya. Y ahora estoy muda y ciega, para decirle a mi amado…

Jamás volveré a beber. Pero ya no importa. Qué importancia puede tener.

Es la derrota absoluta. Sí. Y la solución es lo impensable. Una nació. Me obsequiaron una vida, una sola, que debo romper —yo misma. El acto de romper mi vida se desenvuelve en distintas etapas, únicas e insustituibles. En cada una de ellas yo debo decir, mientras realizo la ceremonia destructora:
Una vez, ¡no más!

No. El vino no supo jugar. Es curiosa la cantidad de miedo que puede sobrellevar una sola
persona. De no ser el miedo, yo no habría bebido. Es como perder el barco que me habría llevado a la isla dichosa, allí, donde hay una —una, nada más— posibilidad de vivir. Es como si el aire todo, colmado de cuchillos rabiosos hubiera formado un muro muy espeso, para impedirme ver al que yo amo. ¿Cómo resignarme ahora, cómo retomar a esta opresión y a este vivir horrendo, si sé que hubo una posibilidad para mí, y que yo no pude tenerla?, ¿cómo no arañarse, cómo no acuchillarse, cómo no reventar en gritos terribles? Si una vez, si tan sólo una vez me dijera que no fue verdad, que habrá otras circunstancias, otras oportunidades, si me dijera que aún hay un tiempo de risas y un tiempo de sueños para mí. No hay consuelo posible, ni solución alguna. Tal vez una flor en el aire o un pájaro en el pecho me anuncien un poema. Pero de solución o posibilidad de vivir, ya no se podrá hablar: el horizonte se ha suicidado.

Dolor. Dolor de ser. Dolor de amar y de no ser amada. Dolor de la noche acariciándome los
cabellos. Dolor del mar. Dolor de que la vida pase sin detenerse en mi puerta. Dolor de hablar y que mis palabras queden adheridas al viento quien las dispersará por parajes inmemoriales. Dolor de ser y de no tener vocación para ser. Dolor de sobrellevar tanto amor y no poder dejarlo en parte alguna porque nadie quiere recibirlo. Dolor en el cielo y en la tierra. Duele ser, duele vivir, duele llorar o reír, duele castigar y castigarse, [frase tachada] de morir.

Purificarse para mirarlo a los ojos y decirle las únicas palabras por las que vivo.

Cantos como injurias. Esperanzas como cuchillos. Respiración como asfixia. Y un gran deseo de
llorar hasta el juicio final.

Señor, ¿sabes tú algo de las sensaciones de pérdida irreparable? Una vez, no más. Esto es el fin. Y amar así, querer morir por alguien, amor hasta la aniquilación. Y sólo la soledad batiendo palmas en mi habitación sofocante. ¿Quién no tiene un pequeño amor, quién no da la mano a otro y lo mira con deseo? Tan sólo yo, envuelta en sensaciones viscosas, tan sólo yo bebiendo vino, tan sólo yo, que amo en vano. No hay elección posible. Ni esperanza alguna. Podré detallar los orígenes de mi sentimiento, podrán extirpármelo como si fuera un mal nauseabundo. Pero ahora, mañana y siempre digo que me muero de tanto amor, de tanto amor en vano. Así va la vida. Todo es un enorme llanto.

Una brutal sinfonía de frustraciones.

Ya no hay lágrimas. Sólo una profunda vergüenza. Vergüenza de amar. Yo, un ser vencido y
nauseabundo. Si por lo menos fuera menos horrible, tal vez algo alentara en mí, algo a modo de
esperanza. Nada salvo gesticular y llorar a gritos. Nada salvo desgarrar mi carne enferma de miedo.

Nada salvo enterrar mis sentimientos y [frase inconclusa]

Llorar o no. Llorar y pensar que pudo ser, que estaba allí, muy cercano.

Nada es salvo el llanto. El llanto y un gran deseo de hundirme, de desaparecer para siempre.



***
Texto: Diarios,"Cuaderno de 1956" (Lumen).
Imagen: "Locked in the shadow dissolving heart" de Anna O.

Lo que yo quiero es encontrarme conmigo misma...

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1 de mayo

—Lo que yo quiero es encontrarme conmigo misma —dice Bebé.
—No sos la única —digo sonriendo finamente.
—¿No?
—Pero che… —digo.
Se muestra malhumorada como si le hubieran dicho que sus esculturas actuales ya se hacían en el año 60 (que para Bebé representa el 60 a. de C.).
Cambia de musiquita.
—París era genial hace muchos años. Hace ocho o diez años pasaban cosas. Ahora es la agonía
del mundo occidental…
—Me pregunto qué hacíamos vos y yo hace diez años.
—Yo me estaba desarrollando —dice.
Nos reímos.
—Yo leía El matrimonio perfecto en el baño de mi casa… —le digo.
Bebé hojea un libro.
—Tengo ganas de leer a Simone Guail… —dice.
—Weil, bestia —acoto con dulzura.
—¿Vos tenés ganas de morirte ya? —dice.
—Sí —le digo.
—¿Ahora mismo?
—Oui, ma chère amie…
—Es lo que pensaba: vos y yo somos demasiado geniales para vivir. ¿Te imaginás si Rimbaud estuviera con nosotras? Estoy segura que seríamos amigos los tres. ¿Te parece que le habríamos gustado?
—Estoy segura.
—El otro día me lo encontré a Habner y dijo que somos geniales…
—A propósito, ¿vos te acordás de una historieta que salía creo en el Patoruzito en la que había una familia con un hijo llamado Abuer que llevaba zapatos enormes? El padre era minúsculo y fumaba una pipa pero no me acuerdo más…
—No me acuerdo —dice—, pero la familia Cacheuta de Tía Vicenta era bestial…
—¿No será Cateura?
—Bueno, sí…
—Decime, Bebé, ¿vos qué pensás del pato Donald?
—Le tengo afecto.
—Sí —digo—, yo también. Pero lo tratan como a un idiota y no lo es. El que es idiota es Dippy.
Nos reímos.
—¡La cara que se mandó! —dice Bebé a las risotadas—. Pero decime, ¿vos te imaginás a vos
misma dentro de diez años?
—Imposible —digo.
—Eso quiere decir que no tenemos futuro. ¿Y vos sabés por qué? Porque nos vamos a morir pronto. Por ejemplo yo, no vivo más que el presente. Cada minuto está solo: con su perfume, su furia solitaria, su arrastre particular, su agonía propia…
—Es muy lindo lo que decís.
—No te lo digo por literatura. Lo que yo quiero es no calcular nunca, no premeditar, vivir cada minuto como si fuera el último. Es lo que decía Kipling.
—Le vieux con… —digo.
—Todo lo con que quieras pero en esto tenía razón.
—Pero gorda —le digo—, no podés premeditar vivir cada minuto… Justamente, si lo querés vivir, no tenés que decírtelo.
—¿Y entonces cómo lo voy a saber?
—Decime, ¿cuando sentís uno de esos orgasmos comme il faut, te sucede aconsejarte de sentirlo?
—Estás loca —dice.
—Es lo mismo.
Juega con un muñeco de chocolate, un negrito bizco provisto de un enorme trasero.
—Cometelo —le digo.
Lo mira con atracción y repulsión.
—Dámelo —le digo.
Muerdo el trasero y le ofrezco dar cuenta de una pierna.
—Sólo el pie —me dice tímidamente.
Sigo comiendo. Ya ando por el tronco cuando me dice fascinada y con un leve asco:
—¿Y la cabeza también te la vas a comer?
—Es lo más rico —digo, y me la devoro.
Nos reímos como si hubiéramos comido una criatura verdadera.
—¿Vos te imaginás lo que debe ser bañarse en sangre humana? —dice.
—Leí no sé dónde que rejuvenece, pero creo que para eso hay que beberla.
Bebé se levanta y se mira en el espejo de la chimenea. Entrecierra los ojos y expira el humo del cigarrillo. Parece Greta Garbo.
—Che gorda —digo—, ¿no tenés hambre?
—Comí queso y bizcochos hasta reventar.
—Y yo estoy ahíta de negritos bizcos… Quisiera algo salado.
—¿Te imaginás si nos graban nuestras conversaciones en un magnetófono?
—No te preocupes que apenas te vas yo anoto todo lo que decimos.
—¿Y lo vas a publicar?
—Seguro…
—Fenómeno —dice Bebé—, pero cambiame el nombre por si mis hijos lo leen.
—D’accord.
—Poné muchas cosas sexuales. A mí los libros que no hablan de sexo no me dicen nada.
—Todos los libros hablan de sexo.
—Vamos, yo leí dos o tres que parecían escritos por castrados.
—¿Cuáles?
—Proust…
—¿Y no habla de sexo?
—En ningún párrafo.
—Ça alors…
—Por eso me gusta Anaïs Nin, te habla de sexo, de lo que está vivo. ¡Qué libro brutal!
—Lo que me va a joder es la reproducción de tu lenguaje. Parecerá falso, retórico…
—Es que somos distintas…
—Sí —digo—, vos, en el fondo, sentís el lenguaje más que yo. Yo lo amo, pero vos lo tratás a patadas, como si fuera una pasta pegajosa, inmunda. Yo desespero del lenguaje porque lo sueño perfectamente bello. Vos lo masacrás y lo devastás.
Sonríe con dulzura.
—Creo que tenemos distintos genios —dice—. Vos estás loca pero sos la tipa más tranquila del mundo. Pero a mí se me ve la locura enseguida.
Me río.
—Creo que soy amiga tuya para tener quien me recuerde que estoy loca. Pero decime, Bebé: ¿no te da miedo la locura?
—¡Por favor! Es lo único maravilloso en esta sucia vida de mierda. ¿No te parece?
—A veces quisiera ser como Dippy.
Se ríe.
—¡¡La cara que mandó!! Ah pero decime, si hubiera guerra en Argentina, ¿vos te irías a luchar?
—Depende del uniforme… —digo.
—No, en serio. Te juro que si hay guerra largo la pintura, el arte, y me voy a dar toda mi sangre. ¿Y vos?
—Mirá, por mí pueden irse a la mierda todos. Argentinos, australianos, chinos, norteamericanos, polacos, birmanos…
—No estoy de acuerdo. Hay que luchar contra todas las injusticias.
—¿Querés más injusticia que vos y yo hablando día y noche del suicidio?
—Pero nosotras somos intelectuales.
Me río.
—Mirá, Bebé, siempre es lo mismo: los que sufren de injusticia dan la sangre por los que sufren de injusticia. Esto me es insoportable. Decime, ¿vos robarías?
—Depende…
—¿Me robarías a mí?
—Pero si vos no tenés nada…
—¿Le robarías a Hauber…?
—Está más tirado que yo.
—¿Le robarías a un obrero huelguista?
—Estás loca.
—¿A quién le robarías?
—Qué sé yo…
—¿A Alix? Yo le robé dos libros de Sade…
—Hiciste bien. Es millonaria y es vieja y además nunca lee nada…
—Y cuando se la encuentra hace falta pagarle el café.
—¿También a vos te pasó?
—Seguro… Pero decime: ¿te das cuenta de lo que te digo?
—No…
—Digo que hay que mandar a Alix y a sus amigos y congéneres y a sus semejantes a que den su maldita sangre a favor de las injusticias que ellos causaron. No hablo de lo económico solamente, como podrías imaginar…
Medita mucho rato.
—Lo que decís es cierto pero yo no podría trabajar tranquila si en mi país hubiera guerra…
—No hinches con "mi país". Cualquier país que esté en guerra te acusa para siempre. Yo amo la Argentina como vos pero hay ahí algo que me revienta.
—¿El clima?
—No, gorda, la gente, que no comprende nada. Salvo tres o cuatro criaturas que por el sufrimiento o no sé qué otro milagro abrieron los ojos, lo demás es un homenaje al Monsieur-je-necomprends-pas. Hablo de la gente de nuestra generación, a los otros no los conozco. Siempre, allí, tuve la seguridad de hablar en otro idioma. Quiero decir, no sé si será mi sangre judía, pero si no se ve lo trágico de todo se es un idiota. Rondé por la facultad de Letras y nunca, nadie, habló con fervor de la literatura. Y aun entre los artistas… vos me decís que te haga un libro lleno de sexo. Pues bien: nada más trágico, para mí, que el sexo. Esto es obvio pero para mis amigos de allí eran palabras incomprensibles. Podés acostarte con diez o veinte tipos, o con dos o tres a la vez, podés meterte en la cama con una mujer y otro tipo, con dos tipos, con dos mujeres y tres tipos. Esto, que parecería joda, es, en verdad, terrible. Yo no me opongo, todo lo contrario, pero no puedo limitarme a coleccionarlo entre otras experiencias de joda, como si fuera hacer escándalo en el colegio. Tampoco digo que hay que poner cara de tipo que le meten un palo en el culo. No es eso. Podés reírte y ser cruel y sádica y hacer cosas increíbles y desenfrenadas y reírte aún más pero no por ello dejar de saber que te reís dentro de un círculo incandescente, infernal, y aun ebria, aun fornicando con cuatro marineros, saber, con un saber que viene de que vos sos vos, saber que se juega con lo
terrible, que se trata de algo eminentemente dramático y esencial.
—¿Te imaginás si tuviéramos un magnetófono? —dice.
Nos reímos.



***
Texto: cuaderno de diarios, 1.° de mayo de 1963 (Diarios, nueva edición, 2013, Lumen).
Imagen: “No life to live” por Bansky (Atenas, Grecia, abril de 2011).

Creo que me sentía dichosa en sus brazos, en su abrazo...

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21 de agosto. Extraño encuentro con E. D. en la Galerie Iris Clart. Apenas recordaba su rostro fabulosamente bello. Vino a mi cuarto y en la mitad de su descripción de un lugar de Egipto se desnudó. Le dije que no quería hacer el amor pero me dijo que se desnudaba para mayor comodidad y bienestar en nuestra tan agradable conversación. A las dos de la mañana se metió en la cama. Me negué. Dijo que podíamos dormir en perfecta postura fraternal. Así fue. Junto a E., debajo de E., sobre E., pero nunca culminar. Creo que me sentía dichosa en sus brazos, en su abrazo. Mais tu es un enfant, dijo varias veces. Su rostro tan bello, tan misterioso. Había en mí una excitación confusa, difusa. Este encuentro de dos cuerpos, tan leve, tan sutil, y no obstante pocas veces me sentí menos separada que durante esas horas. Quise hablarle de B. pero tuve miedo de que se pusiera triste. E. me recordó que existe otro sentimiento que el de un amor obsesivo.

1962 (París).


*


28 de ag[osto]. Su rostro tan bello parecía soñado. En la mitad de una descripción de Alejandría se desnudó. Dije que no quería hacer el amor. Sonrió, dijo que podíamos dormir en perfecta unión fraternal. Así fue. Creo que me sentía dichosa. Mais tu es un enfant, decía. Su rostro tan bello. Mis deseos confusos, difusos. Noche de amor demasiado sutil, y no obstante, nunca me sentí menos separada del universo.

Apéndice VI, 1962



***
Textos:diarios de Alejandra Pizarnik (nueva edición, Lumen).

Se revela y se alumbra, de Elizabeth Azcona Cranwell

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                    a Alejandra Pizarnik

Quisimos que el amor dijera el porvenir, el oculto mecanismo
      del tiempo, el ruido de la vida.

Le supimos la voz, su propia música oscura en las ventanas.
Y no ha quedado nada, ni un leve resplandor desdeñando su
      forma por las cosas del mundo.

Sin embargo en la rosa tantas veces mirada se ha encendido
      una luz que transforma el sentido de la noche.



***
Texto: poema de Elizabeth Azcona Cranwell, tomado del blog Emma Gunst.
Imagen: "Mirror" de Kamil Vojnar.

Affiche

Alguien cae...

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                                    Alguien
                                        cae
                                               en
                                                       su
                                                             primera caída.




***
Texto:Poesía completa (Lumen).
Imagen: "El eco de mis muertes" de Santiago Caruso.

Privilegio

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I

Ya he perdido el nombre que me llamaba,
su rostro rueda por mí
como el sonido del agua en la noche,
del agua cayendo en el agua.
Y es su sonrisa la última sobreviviente,
no mi memoria.

II

El más hermoso
en la noche de los que se van,
oh deseado,
es sin fin tu no volver,
sombra tú hasta el día de los días.



***
Texto: Extracción de la piedra de locura (1968).
Imagen:Hiroshima Mon Amour (1959), Alain Resnais.

Todo sustituible. Todo reemplazable. Todo puede morir y desaparecer...

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Sábado, 24 de noviembre [sic]


Todo sustituible. Todo reemplazable. Todo puede morir y desaparecer: detrás están los sustitutos, como en los parques de diversiones esos muñecos que caen a cada tiro de escopeta y son súbitamente sustituidos por otros y otros. Es decir, que no hay nada que obligue a vivir, ni nada que desobligue.

Todo o casi todo es mentira porque cae o puede caer. Lo único que es fiel es esta sed de algo por lo que vivir. Pero tampoco lo es absolutamente puesto que está entre otras sedes y hambres y se alterna con ellas, y puede desaparecer por varios años y reaparecer. No creo en nada de lo que me enseñaron. No me importa nada. Sobre todo no me importan los convencionalismos y el demonio sabe hasta dónde y hasta qué extremo infecto somos convencionales.

Convencionalismos poéticos y literarios.

Hasta el ser joven en un convencionalismo. Y la rebelión y la anarquía pueriles. Y el mito del poeta. El mito de la cultura. Hasta el comunismo y el socialismo de mis amigos es un nauseabundo convencionalismo. Como si se pudieran cambiar las cosas hablando y negando. Yo estoy en contra. Ni religión ni política ni orden ni anarquía. Estoy contra lo que niega la verdadera vida. Y todo la niega. Por eso quiero llorar y no me avergüenzo o sí me avergüenzo y quiero esconderme y hasta tengo vergüenza de suicidarme.

Las luchas o contiendas poéticas de B[ueno]s A[ire]s me hacen reír, ahora que estoy lejos. Arte de vanguardia, sonetos dominicales. Todo esto es tan imbécil. Minúsculas, puntuación y rima. Como si alguno se hubiera despertado, una mañana, con ganas de bañarse en alcohol y prenderse fuego porque las palabras no dicen, y el lenguaje está podrido, está impotente y seco. Mis jóvenes amigos vanguardistas son tan convencionales como los profesores de literatura. Y si aman a Rimbaud no es por lo que aulló Rimbaud: es por el deslumbramiento que les producen algunas palabras que jamás podrán comprender. Además, las contiendas literarias sólo las hacen los que están contentos y bien instalados en este mundo. Es una actividad suplementaria, un hobby nocturno, mientras se está en la cama reposando, tomando café o whisky.

Todo esto es tan idiota. Y yo, yo también hablé. Yo también abrí la boca y la llené de miasmas. Pero ahora sé. Ahora sé que no me importa nada. Ahora sé que todo me importa y quiero reventar y quemarme y estallar. Porque esto no es la vida. Y esto no es la poesía. Y quiero cantar y no hay qué cantar, a quién cantar. Sólo hay mierda y a la mierda se la insulta. Pero yo quisiera cantar.

Ampararme en la imagen de mí disparada por mis ojos mudos.

La pieza se cerró y la luz se amaba en la soledad. Todas las cosas estaban de parte mía. Tensión insoportable de los colores y las formas.

La luz se abrió como una herida. El cuerpo sin cabeza entró apartando con un gesto brusco la cortina inexistente. Me hundí en la cama y el cuerpo me siguió. Las cosas hicieron un seco ruido como un músculo al distenderse. Me metí en lo oscuro del abrazo y no vi más que sus labios.


***
Texto: Diarios: Cuaderno de octubre de 1960 a 1961.
Imagen: autorretrato de Francesca Woodman.

Como me iba diciendo: ayer me emborraché...

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31 de enero de 1963

Como me iba diciendo: ayer me emborraché.

Me molestó, por primera vez, las frases de desdicha de procedencia alcohólica. Un pintor italiano, ebrio como yo, me sollozaba que la vraie vie est absente. Un pintor español, entre abrazos y proposiciones obscenas, me comunicaba sus fracasos más lejanos. Una muchacha belga me decía "rien ne m’intéress" y después lloró sobre mi hombro. Antes de irme, el italiano me dijo con voz de dictar su testamento: "Si nunca volvemos a vernos quiero que sepas que nunca he sentido a otra persona como a vos esta noche. Pero quiero que recuerdes esto, que lo recuerdes siempre: 'Les sens n’ont rien à avoir avec la nature'". Me reí y le dije: T’en as de la chance! Decís sens y decís nature como si creyeras que existen. Se angustió y yo supe que le había hecho daño.

En cuanto al plan: no. Nunca. Jamás.



***
Texto:Diarios. Alejandra Pizarnik (Lumen, nueva edición 2013).
Foto:Ed van der Elsken.

¿Qué se hace en este mundo civilizado cuando se ama así?

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Sábado, 7

Ayer visité a M. He perdido. No sólo estoy más enamorada sino que es imposible que me ame. Me odio por amarla. Me odio y la amo sin esperanza.

Su temor de anoche cuando la quise llevar a mi cuarto. Me hacía sentir tan miserable. Y yo sólo quería verla en el sitio en que tanto la soñé: soñada y sonriéndome. He perdido.

Todo lo que le decía ella lo arrojaba como inservible. Mi amor en harapos volaba como un paquete absurdo y nauseabundo.

¿De qué vale anotar esto? Si al menos mi caída perdurara, si mi esperanza se mantuviera, si mi estado de golpeada (como si me hubieran dado anestesia) no cambiara esta noche o mañana.

Mi boca se cierra furiosamente, como si hubiera jurado no sonreír ya nunca más. Sospecho que ayer no hice sino cobrar mi cuota periódica de golpes y humillaciones. Pero creo que se me fue la mano.


Domingo, 8

No hice más que llorar y pensar en M. Anoche tomé diez pastillas para el insomnio. Pero no eran pastillas contra M. Nada puede sacarla de mí, como si yo fuese su prisión a pesar mío. Quién me eligió para llevarla dentro, por qué culpa lo merezco. Pienso en ella y lloro. Es la primera vez que
lloro después de tantos años. La última vez fue, creo, cuando mi amor por Ostrov, hace dos o tres años.

Tratar de ser simple y objetiva.

Este diario no expresa la verdad. Debo decirla. Ser exacta y lúcida y no temer la verdad porque ya no tengo nada que perder.

¿La amo o la odio?
¿La amo porque la odio?
¿La amo porque me odia?
¿La amo porque le soy indiferente?
Repetición de mis juegos antiguos: ir a donde me rechazan. Abstenerme de ir a donde me aceptan.
¿Por qué elegí a M. y no a otra?

En la rue Gay-Lussac un coche viejo lleno de cajones o de cajas de cartón. Me pareció ver adentro sentado a un anciano de abrigo y sombrero negro, pelo blanco, rostro hermoso y tristísimo. Me impresionó su soledad y me dije que nadie en el mundo sabe que este anciano está solo y triste en un auto muy viejo en una calle desierta. Pero de pronto me dije: ¿y si no fuera un anciano? Me acerqué y en efecto no había nadie.

En el cine me senté junto a una muchacha que me rozaba las piernas con gestos furtivos. Me emocioné y lloré en silencio. Después vino otra, su amiga, a buscarla y se fueron. Lloré hasta el final de la película.

En verdad, desde el viernes no hago más que llorar.

Me estoy consumiendo. Siento que me muero como El niño que enloqueció de amor.

¿Y si M. me envidiara mi amor por ella?

Creo que bebí tanto para no verla tal como es. Para ser libre con ella tal como yo la he creado.


Lunes, 9, 8 h

Noche de insomnio a pesar de que tomé diez pastillas. Lloré. Me odio más que nunca y odio mi cara y mi cuerpo pues los miro a través de sus ojos. Odio mi cara que no supo fascinarla.

Amo y no sé qué hacer. ¿Qué se hace en este mundo civilizado cuando se ama así?



***
Texto: Diario, enero de 1961 (Lumen, nueva edición 2013).
Imagen: escena de La vida de Adèle (2013),

Comunicaciones

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El viento me había comido
parte de la cara y las manos.
Me llamaban ángel harapiento.
Yo esperaba.



***
Imagen: fotografía de Josef Koudelka.
Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía Completa (Lumen, 2003).

Despierto cansada y llorosa...

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5 de agosto [de 1955] 

Despierto cansada y llorosa. Los interrogantes entran por la ventana como el viento, como el sol; pero mi alma no se pregunta nada. Sólo mira y reprueba los torneos mundanos que realiza mi cuerpo. Ella sólo desea paz, y como no se la doy, se limita a callar y esperar. La tristeza llena mi cuerpo. Me siento cansada de tanta melancolía. Mi estado de ánimo trueca los resplandores luminosos de cada objeto en simples entes desteñidos. Nada me señala alegría. Nada estira mis labios en verdadera sonrisa. Mi pelo oculta la frente, grávida de horrendas imágenes. Tristeza que entra por un ojo floreciendo en el otro ojo. Podría decir que no puedo más, que me iré, que acabaré con mi vida. Pero sigo y sigo portando esta angustia exacerbante, repetida y renovada. Mis manos se abren desesperadas. Estoy encerrada en la más funesta congoja. Estoy atormentada por el pesar más negro. Mi sufrimiento surge a cada instante, para mayor verosimilitud.

           Del Diario de Katherine Mansfield:
           "La vida no parece más que arena y serrín".

Sólo disfruto de veras en mi propia compañía. Cuando estoy sola, el detalle de la vida, la vida de la vida, es algo realmente maravilloso.

¡Oh, quién fuera un escritor verdadero, consagrado a su vocación y sólo a su vocación!

Hay momentos en los que Dickens se siente dominado por una fuerza que le impulsa a escribir y está como transportado. Ésta es la dicha perfecta. Ciertamente, los escritores de hoy no la poseen. ¡Oh, vida, acéptame! ¡Haz que sea digna de ti! ¡Enséñame!

Al escribir esto, levanto los ojos. En el jardín, las hojas mueren. El cielo es pálido. Me doy cuenta de que estoy llorando. Es difícil, es difícil morir bien.

Mostré algunos poemas a dos compañeros. Los elogiaron extensamente. Me alegré infinitamente y más aún porque esos muchachos no son intelectuales ni mucho menos. Son verdaderos «porteños» devotos de Arlt y Discépolo. ¡¡Cómo me gustó emocionarlos!!

Conté a R. mi separación de L. El relato fue una bella historia de dos seres obligados a separarse en "una época brutal en que no hay lugar para el amor". Creo que al final, no entendió la razón de la separación. ¡Mejor!¡Llegó!

Llegó el miedo. ¡Tengo miedo de existir, de estar sentada en la silla, de pensar en ÉL, de haber hablado de mis poemas, de mi mente, de mi cuerpo, de la poesía, del calor de la estufa! ¿Comprendes, Alejandra?

Sí. Pienso en mí y me asusto. ¡Estoy tan enferma! Pero no es ninguna enfermedad agradable, de ésas en que una está segura en cama y recibe flores y amigos y sonrisas protectoras. Mi enfermedad es, inversamente, de ésas que le dan a una aspecto sano, apto para recibir golpes. Y caen uno más uno, a veces en orden y otras no, ¡pero no importa! La llegada es fiel. Me duele estar enferma. Me angustia
curarme (desfallecer de amor por ÉL). Jamás estaré bien. Jamás mis momentos felices sobrepasarán los momentos dramáticos.

Creo que ya no hay nada que defender. Aun con mi ínfima capacidad reflexiva, puedo deducir mi vida. Ha de ser una vida corta en la que no me casaré ni tendré hijos (hasta diría que no tendré relaciones sexuales). Moriré acá en este cuarto, de alguna cosa aparentemente violenta como es algún choque automovilístico o un cáncer de pulmón.

Hablé de mis tentativas literarias. Siempre las haré, pero nunca llegarán al acto. No escribiré nunca nada bueno, pues no soy genial. No quiero ser talentosa, ni inteligente ni estudiosa. ¡Quiero ser un genio! ¡Pero no lo soy! Entonces ¿qué? Nada. Alejandra, ¡nada! Sigue juiciosa y reprimida como hasta ahora. Sigue diciendo que tu vida no vale nada y temiendo fumar en la calle. Sigue berreando contra la humanidad mientras te asusta esta pobre silla. Sigue entreteniendo una calavera negra cuando tu rostro enfrenta al espejo mientras el corazón late pensando en el dibujo correcto de tus labios. ¡Sigamos caminando, Alejandra, sigamos caminando! Caminaremos hasta la odiada y temida Muerte en la que cesará la odiada y temida Vida. Gime por tus lágrimas mientras te sientes culpable de tu risa. Enciérrate en tu cuarto a escribir sandeces suspirando por los ovarios de D. Sonríe a D. angustiada por el tiempo que corre y la necesidad de estudiar Pascal. ¿Comprendes, Alejandra? Estamos perdidas, lo que se dice ¡completamente perdidas!

Mis lágrimas tienen sabor mundano. Mi pluma destila rostros conocidos y elige: éste, sí; éste, no. Mi cerebro festeja una kermesse facial. Lluvia de rostros: A. B. C. D. ¡ÉL! Finalmente, aparece Picasso llevando a Guernica. Lloro más fuerte. Picasso me obliga a aferrarme a la Vida. ¡Y es mucho más cómodo rechazarla! No puedo decir que el hombre es nada cuando sé que allí está Picasso. Estrujo mi frente. Pienso en ÉL y le envío un mensaje que me cure, que me quite esta sensación de fracaso literario que no soporto.

                    Hay mujeres locas y mujeres de talento, pero ninguna tiene esa locura del
                    talento que se llama genio.
                    SIMONE DE BEAUVOIR

Lo que ocurre es que yo quiero saber el porqué de todo esto. Quiero saber por qué me atrae D. Quiero saber por qué nací. Quiero saber por qué es de noche ahora, por qué la vid se hace vino, por qué esta silla (¿quién la inventó?), por qué existe el lenguaje, por qué sufro tanto, por qué existe el olvido, por qué existe el mundo. Por qué existe la existencia, por qué existo, por qué siento, por qué hay flores (¿quién inventó el color? Por qué se llama color).

Me siento delirar. Me duele mi existencia sin objeto. Yo misma soy un objeto. ¡Qué mundo enfrentar si sola nada soy! ¡Qué mundo explicar si sola nada sé!

Siento el ronco sonido de mi respiración.

Es muy tarde. Estoy cansada. Sólo me veo a mí. De vez en cuando pienso en ÉL. O en mis libros. O en la soledad anhelada. O en aprender seriamente. Pienso en el genio. Es muy difícil que se manifieste desnudo de aprendizajes. ¡Y al final no me importa! Lo dije ya y lo repito pero no llego a convencerme a mí misma.

Es muy tarde y mis párpados se inquietan. Me siento muy sensible y siento que todo vive. Cada cosa grita su ser. Me haré balance. La individualidad exalta mi pluma. Yo. Yo. Yo. Yo. Soy la mujer más egoísta del mundo. No sólo vivo por y para mí, sino que exijo de los demás que den elementos que en mí no hallo, elementos que se refieren a mí, siempre a mí. Sí. Es tarde pero temo separarme del cuadernillo. Temo acostarme, temo llorar. Estoy por llorar. Me siento horriblemente desdichada y
culpable. Mi [palabra ilegible] frívola y cariñosa. [Palabra ilegible] angustia la publicación de mi libro. En el fondo no lo quiero. ¡No! En el fondo quiero estudiar. Quiero escribir lentamente. Quiero esculpir al fuego de la gloire (Pope).

Alejandra seguía rumiando las desconectadas frases. Suspiraba violenta apretando dura su cuadernillo marrón. Sus ojos sin fondo clamaban a Algo. Se [palabra ilegible] esa rareza de la desasimilación. (Pensé que le haría falta un buen tratamiento psíquico.) Me acerqué hacia ella tratando que no me viera. ¡Así fue! Seguía suspirando y escribiendo marcando en su rostro gestos de desesperanza. Sentí pena, a pesar de que su rostro no la inspiraba. Frunció las cejas tan fuerte que yo temí ver su rostro roto de continuar con esas flexiones faciales. Pesaban los minutos. Su cuerpo seguía inerte y desilusionado. Los suspiros fueron reemplazados por un silencio trágico. La miré profundamente. Contuve mis deseos de llorar. ¡Cuánto dolor había en ese cuerpo abandonado! ¡Cuánta angustia en esas manos aferradas al papel! ¡Qué trágico destino el de esta muchacha sentada que escribe y escribe!

¡No pude soportar más y me fui! En la calle, el sol doraba las sombras esfumadas. Aspiré esforzándome por no pensar en Alejandra.

Al pasar por una plaza, una paloma se posó en mi hombro. La acaricié agradecida. Ella levantó sobresaltado vuelo, pero me dejó una bella plumita. Miré el cielo. Presente y compacto de azul definido. Ya me sentía mejor. La figura de Alejandra sólo era una imagen borrosa.



***
Texto:"Cuaderno de agosto de 1955", Diarios (Lumen, 2013).
Imagen: fotografía de Alejandra Pizarnik.

Cuando se mira largamente una cara que está frente a ti...

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4 de agosto [de 1962]

Cuando se mira largamente una cara que está frente a ti, mirándola para que no se aleje mientras está frente a ti, mirándola para que no haya mirar sin ver, bruma en tu mirada que atraviesa caras como si fueran cristales, mirándola, digo, con pasión y necesidad, sucede, sin que lo sepas sino mucho después, que no la has mirado contrariamente a lo que creíste. Cómo se produce este olvido: he aquí lo que quisieras averiguar. Tú miras, has mirado, no perdiste un solo gesto, ninguna sonrisa: registraste y asimilaste. Bebiste de ese rostro como sólo puede hacerlo una sedienta legendaria como tú. Pero sales con la garganta seca, los ojos dolidos, buscando en tu ausencia la imagen que contemplaste sin fin. Vas por las calles, increída y flotante, y te preguntas si no fue verdad que estuviste sentada frente a ese rostro. Tu combate con la desaparición es arduo: te enciendes, te enloqueces, por recordar. Buscas, buscas en ti entre tus escombros, entre tus fragmentos inutilizables. Porque si no lo recuerdas instantes después de haberlo visto ello será la señal precursora de una búsqueda que durará días, hasta que te veas de nuevo frente a frente, consumida por las noches de odio y de amor de tu frenética memoria y con una decisión que siempre te resulta nueva, te sentarás y mirarás esa cara hasta que tu mirada se pulverice. Sabes que si logras retenerla en ti el deseo morirá. Sabes que si esa cara llega a pasar una temporada en tu memoria —esa cara tal como es en sí misma — tú serás salvada (por la exactitud y la fidelidad, ángeles que apenas conozco y que admiro con delirio).

Pero no es así. No la recuerdas. Ahora que han pasado tantas horas te preguntas por infinitésima vez cómo era. La tienes dentro de ti, la sientes resbalar por tus nervios, la sabes flotando dulcemente dentro de tus ojos. No sabes qué hacer con esa cara que no recuerdas: ¿amarla?, ¿odiarla? Si la amas te delirarás en un llamado mental: pronunciar su nombre y desear que venga ya, ahora mismo, o saldrás a su encuentro imposible, por las calles que te ordena atravesar tu locura. Si la odias, tienes deseos de matarte para matarla, pues esté donde esté sólo está en ti y si tú mueres morirá ella. La probabilidad de odiar un rostro que naufraga en tu inolvido te aterroriza: quisieras pedir auxilio como si hubieras tragado ratas. La de amar te es menos cruel: te [tiras] acuestas en el suelo y con los ojos muy cerrados recitas poemas de todos los siglos y en varios idiomas. Pues siempre hubo gemidos semejantes al tuyo y es suave como una mano de terciopelo musitar sílabas que se unen para decir hermosamente la imposibilidad de un amor que no muere.

A veces, el resentimiento por el abandono y la soledad se hace tan fustigante que odias a diestra y siniestra, odias cualquier emanación viviente —amantes, amigos, perros, pájaros, flores—. Si al menos salieras a la calle con un revólver o si envenenaras anónimamente. Desde tu silencio ruegas por la muerte de todos y de cada uno. Y los odias hasta que oyes gritos y entonces, al fin, sollozas como una maravillosa heroína romántica. Gritos en ti que son los de tus anheladas víctimas. Pero yo me río de mi crueldad de juguete. No por eso sufres menos cuando odias porque bien sabes que no te ha sido dado el odio al género humano sino un odio muy peculiar, que destinas a muy pocos seres y se particulariza en aquellos que por alguna razón quieren ayudarme a salir de mi delirio. Es así como a veces, ahogando en tus ojos el odio, miras a esos seres angélicos que te miran con dulzura y afecto, y de pronto, cierras los ojos muy fuerte, como si quisieras romperlos, porque nada más doloroso que odiar a la única persona que podría salvarte. ¿Pero qué quiero? Me han ayudado varias veces en mi vida, he conocido rostros magnéticos que emanaban una piedad sin límites por mi persona doliente. (Si te suicidas por agua, cómo no odiar al que te obliga a respirar forzando tus miembros hasta arrancarte una aceptación física del mundo.) Nadie te obliga a verte con esos ángeles. Si no me viera con ellos, si alguno de ellos desapareciera, mi dolor sería ilimitado y difuso. ¿Qué quiero entonces? Quisiera rogarles que yo no los odie. Absurdo. Paradoja. La verdad es otra: también tu deseo es ilimitado y difuso y una coleccionista maníaca que yo conozco quisiera tener esos ángeles para ella sola pues ella no soporta que sean ángeles también para otros dolientes y sufridos. Tenerlos aquí, en esta habitación, sobre la chimenea o desparramados por las sillas como antaño las muñecas adoradas.

Mas, como no es así, ella los odia con un terror indecible. Porque ¿quién me escuchará si le digo: "Te odio, te necesito, ven a vivir conmigo, hagamos juntos el odio, el amor, lo que tú quieras pero juntos"? Un castillo rodeado de fosas, una casa sin ventanas ni puertas. Adentro, amor mío, siempre entre muros mudos y sin sonido y sin palabras y sin comunicación alguna con lo que yace o camina bajo el viento asesino de esta noche. Tendremos instrumentos de tortura. Tendremos todos los libros de poesía que existen en el mundo. Toda la música. Todos los alcoholes que arden en los ojos y corroen el odio. Nos embriagaremos hasta oscilar como seres de una materia fosforescente, y diremos tantos poemas que nuestras lenguas se incendiarán como rosas. Sin ventanas, amor mío, sin puertas, sólo una casa, un palacio, una bohardilla lúgubremente sorda y ciega y amparadora. Y si viene el sol, si descubro huellas de claridad en el suelo, tú me dejarás llorar sobre ti, y me ayudarás con palabras que atraigan al olvido y a la noche desesperada de siempre. En verdad no te odio, te amo y te llamo. Te llamo y no vienes. Ahora te odio. Y tendremos lejos los relojes y no nombraremos al tiempo. Y haré poemas que iluminarán todos los silencios. De esta manera no habrá muerte ni soles sino sangre, alcohol, palabras extrañas y nuestros sexos unidos. Pero tú no vienes, no vendrás, y yo sé que no vendrás. Si supieras que no puedes no venir. Aunque no estás aquí, la orgía se inicia, comienzo a beber, a aullar los poemas más bellos, a reír y a llorar en la noche de tu ausencia, hasta que me arrojo sobre tu pobre representación y lloro hasta que nadie me consuela. "Aún no es así", dices. Sientes tus huesos, tu mala respiración. La habitación llena de humo, de mal. Pestilencia de lo que se desea en vano. En vano escribes porque vano es el lenguaje para quien aspira a una alta tensión del silencio. Mi miseria, mi mirada. Milagro de la que aún vive y sobrevive. Todo cadáver hacinado en la memoria. Tu lápida será una sílaba: NO.

Inquieta buscar en el mismo sitio de siempre. Lo que no se encuentra termina por ser presencia. Y yo sé lo que digo, lo sé tanto que no debiera decírmelo de nuevo. Pero mi lengua procaz no se deshabitúa de rumiar siempre lo de siempre. Y además, qué puro gozo en la noche martirizarme con invocaciones y llamados. Yo me asusto. Yo me pongo una sábana negra y me acerco al espejo con un cirio y me hago señales de adiós.

No te decides a entrar en una laboriosidad forzada, a cumplir con un decálogo de horas y minutos que te haría transitar con menos pena por este sitio desolado. No, más vale la soledad entre cuatro paredes sucias, la soledad violentada, en pugna con los relojes, los deseos, la tensión de la nostalgia. Más vale el mundo de cenizas que me ciñe. Más vale esta pornografía, esta desesperación, este escándalo, este gritar así nomás porque sí nomás, este escamotearse al aire puro, al aire.

Cada vez que digo amor mi furia no tiene límite. Cada vez que digo odio mi miedo no tiene límite. Si alguien intercediera por mí. ¿Ante quién? ¿Para decir qué cosa? Que digan, aunque sea, que la noche pasa, y el alba está cercana y mañana también será un día y que todo esto es espantoso.




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Texto: Cuaderno de mayo a agosto de 1962, Diarios (Lumen, 2013).
Imagen: escenas del film La Maman et la Putain (1973), Jean Eustache.

El rostro de Van Gogh...

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Junio [de 1955]

El rostro de Van Gogh. Humano demasiado humano. Su cabeza rapada para desafiar a los pájaros. Su mentón encerrado en la atmósfera de los amarillos. Y la nariz recaudando borrascas. Y los labios absorbiendo pinceladas. Y la frente mirando el haz que camina tentador luminoso. Y los ojos. ¡Los ojos! Como las negras piedras que se arroja contra los solitarios. Con la más insignificante reducción de Lo Terrible. Dramaticidad insoluble. Vértigos zambullidos. Alambres traspasados por las pupilas de las piedras. Raíces magnéticas que jamás se desarrollan… ¡Humano! ¡Demasiado humano!



***
Texto: Diarios, Cuaderno de junio y julio de 1955 (Lumen, 2013).
Imagen:"Autorretrato como artista" (Arles, Francia, 1888), Vincent van Gogh.

Sonrío como un pájaro que muere en medio de su canto...

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Entonces llegas tú, con ojos, con miradas, contemplándome hasta quemar mi edad y mi historia. Me regresas, me trasladas al tiempo sin números, me zambulles en el mar de sangre y cielo. Yo duermo y oficio de contemplada. Mis ojos arrojan fuego verde por los párpados cerrados. Sonrío como un pájaro que muere en medio de su canto. Me deshago en tu mirada: en tus ojos hay la seguridad y el orden, hay la creación, hay la poesía seria como una invocación a la lluvia. Habito tus ojos para guarecerme del frío y del peligro conocido. En tus ojos hay las aventuras que siempre finalizan con manos entrelazadas. Llega a mí.



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Textos: Fragmento de la entrada del 11 de septiembre de 1959 (Diarios, Lumen, 2013).
Imagen:"El sueño de la muchacha" (1969), Duane Michals.

44.° aniversario luctuoso de Alejandra Pizarnik

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Domingo. Lento y opaco domingo lleno de garras oscuras que atraen misteriosamente las horas. Domingo. Las sombras cubren mi tristeza que desciende simétricamente hacia el vacío.



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Texto: Diario (fragmento), 28 de setiembre de 1954 (Lumen, 2013).
Imagen: fotografía de Pizarnik (fecha y origen desconocidos).

¡Llorar!... Sentía una profunda tristeza por su tristeza

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DOLOR
¡Llorar! Se acarició el rostro. Sentía una profunda tristeza por su tristeza. ¡Llorar! Naufragaba en un mar melancólico; hondamente, llanamente, melancólico.

Tomaba lenta conciencia de su sufrimiento, sufrimiento agudizado por la visión de su espera vacía. Calculó los residuos de esperanzas que yacían en su alma: ¿qué esperar?, ¿cuándo?, ¿hasta dónde?, ¿por qué?, ¿para qué? Su interior se deshacía paulatinamente como un grifo mal construido. Algo goteaba horrorosas partículas de dolor. Algo, algo. Quiso sonreír, pero sus pestañas latieron ante la humedad que afloraba a sus ojos. Pensó que solo le restaba morir. Atisbó su alma para comprobar el efecto que le producía esta palabra fatal: morir. No. Sólo nada. Su alma asentía en silencio. Ya no le importaba no ser. Quiso sonreír y el llanto sobrevino. ¡No ser! Y ahora, ¿acaso ella era? ¿Qué era? ¡Un grito de dolor! Un simulacro fastidioso de agonía humana que ocultaba un prosaico y pequeño fracaso: ¡el de su vida! Quería atribuirse la responsabilidad del vértigo universal, cuando en realidad no era más que una partícula llorosa y humillada por esa vida tan dura y tan mala, ¡¡vida que no comprendía, vida que no intentaba comprender, vida que no aceptaba!! Tornó a  sufrir. Pequeño lagrimeo. ¡No! Todo estaba muy bien, muy correcto, muy sensato. Su cuarto vibraba de orden y belleza. Su cuerpo bien vestido y perfumado. Sus uñas luminosas, su rostro bien compuesto, su pelo simétrico y su frente intacta. Contempló sus queridas posesiones. Sí. Todo estaba muy bien, menos ella, la pobrecita ella, tan dolorida, tan pero tan dolorida que se sentía estallar. Era algo que la mordía por dentro, algo fiero y oscuro y grande y tremendo. Algo la castigaba por sus pecados o por sus virtudes o por su vida o por su muerte. ¿Cómo saberlo? Oyó un horrible chirrido, como de una tumba, que se abalanzaba sobre su nuca. Oprimió los pies contra el suelo, fuerte, muy fuertemente. Sentía que su cuerpo se estiraba, cada fibra, cada tendón, se iban y volvían elásticamente, como en los films de dibujos animados. Cerró los dientes hasta empujar todos los dolores de su cuerpo y concentrarlos en sus mandíbulas. Sufría. ¡Cómo sufría! El dolor laceraba su ser hasta convertirla en un impresionante hilo tenso que al menor roce producía sonoridades sorpresivas. No quería pensar en su dolor, pero éste estaba dentro de ella, delirante, acalorado por alguna fiebre misteriosa. Unos ruidos extraños burbujeaban en sus sienes marcando heráldicamente el lugar en que ella tenía que apoyar los dedos y frotar, muy suavemente. Los dedos bajaron al sitio en que estaba el corazón. Se asustó al sentir ese vibrar tan uniforme y tenso. Un segundo más y lo iba a ver estallar, volar en mil pedazos, como un globo terrestre de goma pinchado por una espina, ese mismo globo terrestre que era su abstracción del mundo, de su mundo que desaparecería con su muerte. Estaba decidida a llevarla a cabo, pero había un pero que rompía silenciosamente su resolución. Contempló la pluma y la acarició. Como una flecha venenosa, la contaminó un deseo: escribir, escribir. Deseo que introducía a la muerte en un barco irretornable, deseo que aumentaba el mercurio de su angustia, deseo que cortaba su pobre espíritu y arrancaba los testigos de sus frustraciones, de sus impotencias. La tentación de arrojar la pluma por la ventana, al mundo exterior, odiado y temido, se hizo fuertísima, pero sabía que esta pluma solo era el símbolo de su ardiente apego a las figurillas conmovedoras de su scritura. Nuevamente, se sintió desolada. El sol aciago cegaba sus pupilas. Vibró su dolorida frente. ¡No! ¡No era el sol! Era su llanto, su modesto y silencioso llanto, que cubría su rostro, no para lavarlo, como una lluvia beneficiosa, sino para hacerle llegar a todo su ser el testimonio de su desdicha, de su terror, de su vida perdida. Trató de ocultarse, de sonreír aun cuando la falsedad de su alegría fuese conciente. Quería hundir su mano en el dolor y agarrarlo como a un objeto próximo y estático y oprimirlo y expulsarlo de su cuerpo fatigado. Pero no, su dolor era como un [palabra ilegible] indomable, imposible de aferrar. Pensó en Dios, en algún elemento supremo a quien elevar sus quejas y pesares, alguien contra quien clamar o blasfemar. No. El cielo era una masa presente y azulada. Ni por asomo se le ocurrió que Dios podría estar detrás, o encima o, como le habían dicho cuando era niña, en todas partes. Recordó que se había asustado. Recordó que lo imaginó como un fantasma blanco lleno de ojos negros. Pero, ahora, ¡ahora, pobrecita ella!, no atinaba a encauzar su dolor hacia esas terapéuticas ultraterrenas. Cerró los ojos. Ahora el dolor caminaba por su sangre, a pasos gigantescos, torturadores de su ser, que ella temía como a todo. Inspiró hondamente. Nada. Con sumo ingenio, sus resortes angustiosos se entretenían en escribir sobre la superficie de su alma. Escribían NADA, con grandes caracteres luminosos, NADA imborrable y dolorosa, NADA desde lo más profundo de su alma. ¡NADA! Siguió pensando en la muerte. La tinta de la pluma languidecía, por lo que ella dijo: «¡Maldita lapicera!». Y rompió a llorar.



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Texto: Fragmento del Diario, 28 de setiembre de 1954 (Lumen, 2013).

No sé cómo abordar su presencia...

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17 de agosto, martes [1965]

No sé cómo abordar su presencia. No sé si es un ángel —un milagro— que me aconteció encontrar o si constituye una nueva trampa.



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Imagen: escena de Hiroshima, mon amour (1959), Alain Resnais y Marguerite Duras.
Texto: fragmento de la entrada de diario del 17 de agosto de 1965 (Lumen, 2013).

Nada

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